5.2.09

Toco y me voy


Por Juan Carlos Dall'Occhio

“En un picado cualquiera el alma se echa a rodar...”
Bersuit Vergarabat


Lo tocaron a Marrassini cuando enfilaba hacia al arco defendido por Jeferson y hay tiro libre de enorme riesgo para el equipo del campamento de Moises que esta semana recibió a un grupo de “Che Boludos”. ¡Dejó a un hombre, a dos, a tres, Marrassini en su camino y fue Nilton “El guía”, quien lo asechaba como jaguar a su presa, y terminó por faulearlo y brindar esta posibilidad de último minuto para que el equipo de los tres argentinos alcance el merecido empate, un 4 a 4 de oro, la hazaña de una amazónica remontada. Protestan los hombres de la selva, locales, nativos, que no quieren sentir el amargo resabio de ayahuasca por un empate sobre la hora ante su público, que desencajado ruge fuera de los límites del campo de juego.

Enrolados entorno a la pelota, los argentinos parecen debatir una estratégica para el batacazo final. ¡Ahora se acerca a los litigantes Merienda, el hijo de Moises, para participar de la jugada!. La barrera se rehúsa a acomodarse ante los acalorados reclamos que se desprenden del arco visitante, muy bien protegido por Jorge “el Motorista” pese a los cuatro goles recibidos. Lo jugadores locales molestan a los argentinos como zancudos para entorpecer el desarrollo del juego y elevar sus nervios. Ellos, por su parte, tratan estérilmente de ignorarlos: ¡Que momento inenarrable señores se vive a orillas del río Ucayali, en la comunidad del Puerto Miguel de la amazonía peruana, frente a esta alternativa del juego que puede sentenciar el hasta ahora parejo partido!
Ahí está Kazah, el muchacho de Castro Barros -el “Bocha” Kazah, que supo con prolijidad y temperamento rechazar los ataques al visitante durante todo el partido-. El que ahora grita exasperado desde su arco es Jeferson, figura de los locales, intentando construir una gran fortaleza de barro y paja con sus hombres en la barrera y así bloquear el recorrido del esférico.
¡Ruge la parcialidad visitante que llegó en canoa y lanchita junto con los jugadores desde el campamento sobre un brazo del río Marañon! ¡50 minutos de navegación río arriba para este momento! Silenciosa, en cambio, la hinchada local que observa paralizada como si estuvieran frente a una araña pollito venenosa a punto de atacar: rezan y le encomiendan a su todopoderoso tribal que engualiche las piernas de sus rivales. Desean sobrevivir como sea a este entrance dramático que los demonios del fútbol le trajeron a su pacha.


Todo el equipo de Puerto Miguel está en su área, defendiendo. Marrassini le da una indicación a el “Bocha” Kazah y éste abandona la posición de remate. El sol cae oblicuo sobre el campo de juego encharcado y el reflejo en el agua estorba los ojos de portero local, que tendrá que hacer visera con sus manotazas si desea otear el posible rumbo de la pelota de Marrassini. O tal vez le pegue Merienda, con su cañon de la pierna derecha, apuntado al entrecejo de Jeferson para servirle, por caso, un rebote a la voracidad goleadora del tercer argentino: el “Tito” Dall'Occhio.

La barrera ya toma su lugar, apenas a un metro de su arco, enfilados como serpientes que vigilan su madriguera. ¡Hay muchos nervios queridos amantes del balompié! Lo que les permite imaginar a ustedes el enorme riesgo de esta jugada. La pelota está ubicada en el centro del campo, a pocos metros de la valla local; una línea de cal imaginaria rodearía el balón como la media luna que se desprende del área grande. Allí dónde se paraban antiguamente los 10 ofensivos, casi en posición de ariete, como Cubillas o el “negro” Surcuncho: ideal para que la derecha de Marrassini dibuje el mismo recorrido que el río Napo y se clave en el ángulo. Una jugada preparada, sin embargo, puede sorprender a los rivales, ¡cualquier cosa puede pasar!. Hay forcejeos en la área, están casi todos los jugadores divididos como parejas de ballet, de aquí para allá ¡duelen los nervios!.
Seguramente la barrera humana, ante el inicio de la carrera del jugador que se haga cargo del lanzamiento, saldrá catapultada como choros por un plátano amanzanado que llevan con frecuencia sus visitantes. ¡La cancha es una caldera, tanto que el agua de los charcos se evapora y el barro vuelve a ser tierra!

Toma carrera Marrassini y ahí va, se detiene, la vista clavada al suelo, el brazo derecho cancherea en su cintura y el izquierdo, amanerado, cuelga como sólo a los habilidosos se le permite: parece esculpido por Miguel Ángel.
¡La pica señores, la pica suavemente hacia su izquierda mientras gira su cabeza a la derecha y confunde a todos sus rivales! Galopea de atrás “El Bocha”, que en curva su espalda sin desprenderse del piso como para fusilar al arquero con el parietal derecho, ¡Pero la peina sutilmente hacia el medio con la continuidad de a frente y la nariz¡. Y atención, atención, entra “Tito” Dall'Occhio elevándose como un camugo sobre el aire. Con un braceo amplio se separa de la marca y con la mira sobre la pelota que se desliza a gran velocidad, como una presa de río, le da un picotazo y ¡Gol! ¡Gol! ¡Gooooool! Del equipo del campamento de Moises. Se hundió la pelota en el barro y ¡Terminó el partido!



¡Gran jornada! Salen los jugadores festejando, quitándose la vestimenta embarrada, que el cuerpo ya no soporta, y se zambullen en el río Ucayali... se les suman los locales, resignados por el último tanto, pero felices por el partido. ¡Y allí están todos los protagonistas queridos compañeros, allí están todos juntos, festejando la unión, la amistad, la tolerancia, la vida, que se jugó por espacio de unos minutos en el multiplísimo verde del amazonas, donde todos hablamos el mismo lenguaje!

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