31.8.09

Tragedia del misterio*




por Juan Carlos Dall'Occhio











Noche estrellada, sensual brisa.
Erótica y radiante, la muchacha se mece

en la plaza.


Musculosa escotada, corpiño ajustado que da forma a unos redondosy rígidos pechos

que buscan mi mirada.
La agitación del mundo sobre la hamaca desnuda sus piernas firmes
y un atisbo rosado de su bombacha.

Me acerco, ella sonríe blanco. El juego y las palabras: preludio del carnaval.

“Me gustaría saber qué escondés debajo de tu ropa”.

Habitación naranja, colchón pelado, sábanas revueltas.

Se desnuda el deseo de vivir: eyaculan vicios, susurran virtudes: ceremonia de hormonas.
Vez tras vez hacemos el amor, cada vez más rico.

Algo nos detiene: insatisfacción.
“Me gustaría saber qué escondés debajo de tu carne”.

La despellejo con los dientes, chupo los músculos de sus muslos y desgarro la fibrosa corporalidad trabando los colmillos.
Teñidos en sangre; vez tras vez hacemos el amor, cada vez más rico.

Algo nos detiene: celos.
“Me gustaría saber qué escondés dentro de cada órgano”.
Opero su estómago, riñones, socavo vísceras el cirujano.
Penetro sus órganos, baño mi cabeza y manos de fluidos amarillos, blancos y rojos.
Vez tras vez hacemos el amor, cada vez más rico.

Algo nos detiene: estética del deterioro.
“Me gustaría saber qué escondés detrás de esta carnicería”.

Segrego entre sus huesos, rasco las costillas, arranco las caderas, mastico cartílago, me masturbo con las grietas del rostro cadavérico.
“Conozco cada uno de tus fragmentos en descomposición”.

Vez tras vez hacemos el amor, hasta desvanecer

la existencia.



*el título original era Naturaleza Muerta, pero valió su reformulación una noche de inspiración.

26.8.09

La bifurcación, de Raúl Scalabrini Ortiz.


Al contemplar el atlas, confundido ya con los libros, que en un rincón de mi cuarto se cubren de polvo pacientemente, recuerdo un acontecimiento que pudo decidir el rumbo de mi vida.
Tenía diez y nueve años y estaba solo en el mundo. Vivía enfermo de melancolía y de abulia. Un amigo, cuyo padre era proveedor de los barcos mercantes que arribaban al puerto, me ofreció un puesto en un velero. Muchas veces habíale contado mis deseos de viajar, el ansia de ver nuevas tierras, cielos distintos, hombres diferentes.
- Nicolás, me dijo, mañana parte un velero para Adelaida y necesitan, urgente, un empleado a bordo. Puedo conseguirte el puesto por intermedio de mi padre. Debes decidirte antes de las seis.
- ¿Y una vez en Adelaida?
- Allí sabrás arreglarte. No eres un nene.
- ¿Pero el barco no vuelve?
- No. De allí irá a Londres y quizás recién vuelva a Buenos Aires; depende de los armadores.
- Pero, ¿y si no volviera?
- Eso es cuestión tuya. Ya lo sabes, hoy a las seis. Supongo que no desaprovecharás esta ocasión. Hasta luego.
Quedé anonadado, perplejo. La incertidumbre, en que me hundió la sorpresa y la inseguridad de la vuelta, fue transformándose en temeroso desaliento. Como el viajero que oye un rugido en la selva, yo buscaba mis armas, mis vehementes deseos, y me deseperaba no encontrándolos.
La vida se abría ante mí en toda su amplitud, resplandeciente y misteriosa, incitando a la lucha, presentándose llena de recovecos y asechanzas. Me veía en Adelaida, pobre, sin poder volver, rondando de oficio en oficio o vagando de puerto en puerto, siempre miserable, siempre extranjero, siempre acosado. Viviría flotando, como la resaca, en la orilla del mar, al borde de las ciudades, en el fondo de las tabernas de Sidney o de Melbourne. Quizá me hiciera marinero, alentado por la esperanza, y conociera el soplo del Tifón y los mares del fondo del Indico.
¡Siempre solo! Extranjero en todos lados, en acecho constante, en una lucha horrible, cuerpo a cuerpo con el destino, por el pan de cada día. Y, sin más límite que la posibilidad de vivir, ir perpetuamente de acá para allá, como una hoja seca, como un corcho, juguete de olas. Posiblemente por las noches, en el mar, bajo las estrellas, y en las tabernas entre el aire acre y el retumbar de los tamboriles, pensara en mi lejano país, en mi vida que pudo ser tranquila y en el risueño hogar que pude formar. Y en el recuerdo, unido a la fantasía, amargaría a la cosa humana juguete del destino, del viento, de las olas y los hombres.
A mi alrededor pasaban los transeúntes apresurados y las damas con menudos pasos. Sentí un inmenso amor a todos, me parecían hermanos, amigos. Mi vida se me presentó risueña, rodeada de seres que conocía, que hablaban y pensaban como yo. Mis angustias, mis anhelos desaparecieron.
- Quiero vivir aquí, me dije. Quiero darles mi afecto para recibir el suyo.
La tarde moría insensiblemente. El reloj marcaba las seis y cinco. La hora decisiva había pasado y me invadió un agradable bienestar. Fui a ver a mi amigo. Me recibió malhumarado.
- Veo, me dijo, que te quejas en vano.
- Me ha dado miedo, confesé, la vida aventurera.
- Siempre da miedo emprender algo nuevo, contestó sentenciosamente. No debes quejarte de lo que no quieres remediar. Ve, vagabundo casero, ve a tu cuarto, a soñar que viajas.
Me despidió con estas frases mordaces, que aún me pesan.
Si pudiera rehacer mi vida, si pudiera decirle al destino, como a un amigo complaciente:
- ¡Ea, me equivoqué! Comencemos de nuevo la partida para que tenga interés.
¡Ah! si fuera ahora cuando debiera contestar, le diría:
Tengo el coraje suficiente, para afrontar esta enorme variación de mi vida. Sé que sin luchas, la existencia no presenta atractivos. Parto mañana para Adelaida.
Pero ya es tarde, no supe conocer la encrucijada de los caminos.

19.8.09

Los niños muertos posmodernos

Por Guido Zappacosta

Decile que NO.
¿Horacio?
Decile que NO al nene
Se va a caer, se va a caer.
¿Vez? ¿Qué te dije?
Ahora llora.
El nene, llora.
¿Por qué llorás?
Decile a mami que te quiere, ¿Por qué llorás?, dale.
Los machos no lloran.
¿O no que los machos no lloran Horacio?
Horacio te estoy hablando, dejá de mirarles las tetas a mi hermana.

Dale levantate.
¡Dejá de llorar querés!
¡Mirá que NO te llevo a Mc Choto y olvidate de la Cakita Poronga eh!
Asique portate bien.
¿Te vas a portar bien?

Caminá derecho, parecés tonto.
¿A dónde vas?
Ya sabés que NO tenés que hablar con extraños.
¿NO ves que te pueden secuestrar?,
o matar,
o beber.
¡Que sea la última vez!
¿Me escuchaste?
¿Me escuchaste?

¿Qué mirás?
Mirá para adelante, te vas a caer denuevo, después llorás.
Caminá bien, dale.

NO. NO, eso NO.
NO.

Ahora decime vos,
¿Por qué carajo NO me saliste como el hijo de la Iris?
Ese nene sí que se porta bien, le encajan todo el día la mierdesteiyon y muzzarella, se clava ahí todo el día el hijo de puta, ni de comer le dan al guacho.
En cambio vos, vos rompés las bolas todo el día.
Pero bueno,
igual mami te quiere, te quiere mami.

¿Qué hacés?
Dejá el revolver de papi que con eso comemos, ¿Cuántas veces te lo tengo que decir?
Horacio podés decirle por favor que deje el revolver.

¡¡¡HORACIO!!!


"Los niños muertos posmodernos son los hijos de caprichos mayores, que asesinan a los pequeños caprichitos"