17.4.09

Vietato introdurre Biciclette (Julio Cortazar)


En los bancos y casas de comercio de este mundo a nadie le importa un pito que alguien entre con un repollo bajo el brazo, o con un tucán, o soltando de la boca como un piolincito las canciones que me enseñó mi madre, o llevando de la mano un chimpancé con tricota a rayas. Pero apenas una persona entra con una bicicleta se produce un revuelo excesivo, y el vehículo es expulsado con violencia a la calle mientras su propietario recibe admoniciones vehementes de los empleados de la casa.

Para una bicicleta, ente dócil de conducta modesta, constituye una humillación y una befa la presencia de carteles que la detienen altaneros delante de las bellas puertas de cristales de la ciudad. Se sabe que las bicicletas han tratado por todos los medios de remediar su triste condición social. Pero en absolutamente todos los países de la tierra está prohibido entrar con bicicletas. Algunos agregan: "y perros", lo cual duplica en las bicicletas y en los canes su complejo de inferioridad. Un gato, una liebre, una tortuga, pueden en principio entrar en Bunge & Born o en los estudios de la calle San Martín sin ocasionar más que sorpresa, gran encanto entre telefonistas ansiosas o, a lo sumo, una orden al portero para que arroje los susodichos animales a la calle. Esto último puede suceder pero no es humillante, primero, porque sólo constituye una probabilidad entre muchas, y luego porque nace como efecto de una causa y no de una fría maquinación preestablecida, horrendamente impresa en chapas de bronce o esmalte, tablas de la ley inexorable que aplastan la sencilla espontaneidad de las bicicletas, seres inocentes.

De todas maneras, ¡Cuidado, gerentes! También las rosas son ingenuas y dulces, pero quizá sepáis que en una guerra de dos rosas murieron príncipes que eran como rayos negros, cegados por pétalos de sangre. No ocurra que las bicicletas amanezcan un día cubiertas de espinas; que las astas de sus manubrios crezcan y embistan, que acorazadas de furor arremetan en legión contra los cristales de las compañías de seguros y que el día luctuoso se cierre con baja general de acciones, con luto en veinticuatro horas, con duelos despedidos por tarjeta.

16.4.09

La resistencia, Ernesto Sábato


Son muy pocas las horas libres que nos deja el trabajo. Apenas un rápido desayuno que solemos tomar pensando ya en los problemas de la oficina, porque de tal modo nos vivimos como productores que nos estamos volviendo incapaces de detenernos ante una taza de café en las mañanas, o de unos mates compartidos. Y la vuelta a la casa, la hora de reunirnos con los amigos o la familia, o de estar en silencio como la naturaleza a esa misteriosa hora del atardecer que recuerda los cuadros de Millet, ¡tantas veces se nos pierde mirando televisión! Concentrados en algún canal, o haciendo zapping, parece que logramos una belleza o un placer que ya no descubrimos compartiendo un guiso o un vaso de vino o una sopa de caldo humeante que nos vincule a un amigo en una noche cualquiera.

Ahora la humanidad carece de ocios, en buena parte porque nos hemos acostumbrado a medir el tiempo de modo utilitario, en términos de producción. Antes los hombres trabajaban a un nivel más humano, frecuentemente en oficios y artesanías, y mientras lo hacían conversaban entre ellos. Eran más libres que el hombre de hoy que es incapaz de resistirse a la televisión. Ellos podían descansar en las siestas, o jugar a la taba con los amigos. De entonces recuerdo esa frase tan cotidiana en aquellas épocas: “Venga, amigo, vamos a jugar un rato a los naipes, para matar el tiempo, no más”, algo tan inconcebible para nosotros. Momentos en que la gente se reunía a tomar mate, mientras contemplaba el atardecer, sentados en los bancos que las casas solían tener al frente, por el lado de las galerías. Y cuando el sol se hundía en el horizonte, mientras los pájaros terminaban de acomodarse en sus nidos, la tierra hacía un largo silencio y los hombres, ensimismados, parecían preguntarse sobre el sentido de la vida y de la muerte.

1.4.09

Mirar el tiempo


Por Juan Carlos Dall'Occhio

El pulso me tiembla: acá me retienen otra vez las hormigas de mi muñeca. La birome negra y plateada de tinta azul a la que casi ni se le ve el “Wise Music California” impreso. El cuadernito negro con bloques de hojas desencajados que suspenden el aura de los textos nómades del viaje. Examino sus páginas, un poco en busca de un espacio en blanco, un poco en busca de inspiración. Leo el “Yerba ando por verte” que quedó por la mitad cuando intenté perpetuar la sensación de ausencia del mate en Nauta; también leo “La vida según Julito”, una linda idea que no terminé de cerrar. Unas páginas más atrás algunos ridículos garabatos que arriesgué; las boas que comen elefantes que dibujaron los chavales que nos cruzamos en los largos y tediosos viajes en bus; la letra de Marra que simboliza un divertido momento del viaje.
-"¡Vamos carajo!"- celebré. Hay cuatro hojas pegadas dispuestas a que les escupa tinta. -"Ahora que rompo el silencio tengo ganas de terminar todo lo que quedó pendiente"- pienso -"lo que mi red consciente atrapa para que mi puñoaraña se lo coma y siga sobreviviendo"-.
¡Puta que lindo amanecer!
Es lunes, pero no ese lunes amargo que perpetua la vida del hombre, es un lunes de falsa libertad en medio de la pausa de mi vida que en un tiempo voy a recordar como “una buena época”. “Tito vos seguís de viaje”, me dijo un amigo. ¿Tiene razón? Por supuesto que la mirada ya no es la misma que hace unos meses atrás, es algo que con la experiencia y con los viajes aprendí a dominar y dejar ser al tiempo mismo, esa mirada que distinguí del ver y observar y que hoy vuelve para confirmármelo.

A esa mirada hoy le agrego el tiempo en sentido crítico: el tiempo es una abstracción que nosotros llenamos, establecerlo mecánicamente fue el principio del fin de la Edad Media. Hace poco leí que en un monasterio del siglo VII un tipo decretó tocar siete campanadas por día para organizar las tareas. Según la leyenda, las campanas resonaban en todo el pueblo gracias a estar edificado en un punto neurálgico y alto -como suele ser y como vimos en cada lugar que visitamos- para estar más cerca de Dios. La cuestión es que terminó no sólo por organizar, regular y sincronizar la vida de sus monjes, sino como consecuencia la de todos los hombres del pueblo. “A la segunda campanada comenzamos la actividad en el mercado”; “Miguel es un vago porque se levanta al tercer campanazo”. Así también nacieron los prejuicios.

Si bien el reloj mecánico autómata, lineal y progresivo, como lo conocemos hoy, devino tiempo después, la costumbre por el orden mismo ya estaba establecido. La idea del monje anticipó y encajó en el modo de organizar que vendría: el avance de las horas retrató acumulación, más (más segundos, más consumo, más, más, más, menos el tiempo que nos corre y recorre). Y así vivimos: corriendo, sublevados a esta gran fábrica capitalista, atada al tiempo abstracto que nos venden como el tiempo real y con un reloj de oro con el que dignificamos nuestra vida, el mayor símbolo de estatus... ahora convertido en pantallas planas, mp4 y DVD.
Ficho, entro, ficho, salgo. ¿Acaso el tiempo de nuestro cuerpo está cronometrado? ¿A qué hora vamos a cagar? ¿El corazón late siempre al mismo ritmo? ¿El amanecer es exacto? ¿A qué hora cantan los grillos?... cuantificamos nuestro tiempo, sesenta segundos, sesenta minutos, veinticuatro horas, doce meses, ¿y después qué? Cada año sobra tiempo... me lo reveló Lewis Mumford: el tiempo es una abstracción y la naturaleza no entiende se eso, es eterna... a veces festejamos porque nos levantamos solos, antes de que suene el despertador, a las siete y media de la mañana para llegar temprano al trabajo. ¡Que fenómeno le gané al reloj!... por suerte el cuerpo todavía se rebela y nos manda un mensaje: “ese no es mi tiempo” y llegamos cuarenta minutos tarde a la cara de orto del jefe, pero a tiempo para verla.

Pregunto: ¿Por qué es más verosímil que veinte mil millones de atomotitos de mierda formen materia, a que varios dioses la haya creado como creían los griegos? Cultura, técnica y sociedad. Avanzamos, el calentamiento global elevó las temperatura exponencialmete poniendo en riesgo la naturaleza entera y la respuesta del hombre fue usar un aire acondicionado a base de gas -que ¡ah! produce más calentamiento global- para no tener calor... y ¿Qué tal la bomba atómica? Gran descubrimiento, ¿No?, separar los atomotitos de mierda para que todo desaparezca.

Comparto tres curiosidades que ví en los diarios: el Washinton Post contrató al mejor violinista de la costa este, según la crítica y sus 20 conciertos vendidos, y lo puso a tocar en hora pico vestido con harapos mientras pedía limosna en una de las estaciones de mayor circulación del país. Resultado: de las dos mil personas promedio que pasaron cada diez minutos se detuvieron sólo cuatro, tres de las cuales eran crios cuyas madres tiraban de su brazo para transeuntear. ¿Será el prejuicio? ¿Será la velocidad? ¿Nos falta inocencia?
Otra fue en Infobae. En Nuevo México están analizando abolir la pena de muerte porque la inyección letal les sale más cara que mantener los servicios básicos perpetuamenente de un convicto. ¿Rentabilidad, ganancias, vida-muerte?
Varios diarios festajaron la recaudación record de 4.689.345 pesos para Argentina-Venezuela. ¿No hay capacidad para analizar críticamente porqué en la Argentina de la inflación (que los mismos diarios remarcan y condenan) se recaude más para ver a Maradona, Madonna y comer un combo de McDonnal’s que el presupuesto en educación para la provincia de Chaco, o son intereses?

No hace falta agregar nada más: tic, toc, tic, toc... la modernidad habla.

Y así como heredamos el reloj del monasterio, también incorporamos una vida individual e interesada que desprecia el cuerpo, lo oculta; castiga el sexo y la liviandad; impone celibatos, horarios de protección al menor y crea Slims y Reduce Fat Fast para adaptarlo; convirtió la eternidad y la belleza en siliconas de sábado por la noche. Pero ojo, a cambio nos dieron educación, salud y vivienda, aunque sólo para quienes somos productivos para el sistema (y que cada vez somos menos) “que se curen y vuelvan a trabajar”. Se dividen estados, se busca el detalle y explicarlo todo, eliminamos el misterio aunque sea con un absurdo como que existe un planeta que se llama Júpiter con siete lunas y que, además, a través de una pantalla cuadrada con internet puedo saber las características de cada una y hasta verlas en vivo ¿Creer eso no es más loco que decir que Dios creó al mundo?... y eso que no soy creyente ni por asomo.

Después vino el Contrato Social e historia conocida. Todos contentos, nos conformamos con el reloj, nuestro nuevo mesías que todo lo materializa: “El tiempo es oro”. El capitalismo igualó el vivir bien con el vivir abundantemente, como consecuencia hizo extremadamente difícil demostrar que la libertad está más identificada con la autonomía personal que con la abundancia, más con el poder sobre la vida que sobre las cosas y la naturaleza, más con la seguridad emocional, que se deriva de una nutritiva vida comunitaria, que con la seguridad material que se deriva del mito de dominar la naturaleza por una tecnología omnipotente.

¡STOP!

Viajar te disciplina la mirada extrañada, no podemos explicarlo todo desde nuestro contexto; salir depende de la reflexión, de una mirada crítica en el sentido de desnaturalizar lo que cotidianamente naturalizamos y regamos hasta que una hiedra enreda nuestra cabeza. ¡Ahí está tiempo! suspendido, cuando volvemos intensivo lo extensivo, cuando domina la cualidad sobre la cuantificación, ese tiempo que en definitiva te da la Experiencia, como sucede en un viaje... que no necesariamente tiene que ser espacial, que está en la cabeza, en la mirada. Eso aprendí en mi viaje.

Y sí, sigo de viaje...


viaje.



*Pintura: Persistencia de la Memoria de Dali.
*Foto 1:Catedral de Quito.
*Foto 2:Ciudad de Cusco.