Por Juan Carlos Dall'Occhio
“La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue y contra lo que fue, anuncia lo que será” imprimió Galeano en las Venas Abiertas. América latina sufre el peso muerto de España y el saqueo hoy se hace carne en toda la región. Perú es en donde más se siente. La plaza principal de Miraflores, el barrio más paqueto de Lima, se llama John F. Kennedy. Lo curioso es que originariamente se la denominó Manco Capac -primer cacique Inca- y se la reemplazó en los noventa por ordenanza del alcalde Alberto Andrade, hace poco fallecido en Washington. La avenida más importante de este mismo barrio se llama Francisco Pizzarro, cabeza del genocidio Inca. El centro está minado de franquicias como Mc Donald’s, Starbuck, Pizza Hut, Hoyt’s Cinema. Caminando con oído freak se escuchan inflexiones de español contaminados de expresiones yankis. El look mirafloreño toca una nota desafinada en la triste melodía peruana. Eso sí, fuera de ese pequeño perímetro posmoderno está el presente. Millones de peruanos de todas las regiones: serranos, costeños y charapas que migraron a la ciudad por urgencia. Y bajo esa misma urgencia viven; hacinados en casas de cartón, tapados por la mugre, rodeados por afiches de publicidades y campañas políticas, pintadas de la Alcaldía como “prohibido orinar y defecar en la calle”. La Liverpool del siglo XIX sería un palacio. “Ellos son los que están mal”, por eso los taxistas de cabinas enrejadas no te quieren arrimar, por ejemplo, a Villa El Salvador, un barrio que se fundó en 1971 por los sin techo provenientes de las tierras altas y que fueron reubicados por el gobierno en una zona semidesértica sin ningún servicio. Los indigentes están dispuestos a matarte. La gente de la ciudad odia y teme a los del interior, quizás porque conservan sus costumbres indígenas.
El día que llegué a la capital peruana me encontré con un muchacho que, como yo, quería conocer el Alto Amazonas. Decidimos tomarnos el tiempo necesario para averiguar cuáles eran las mejores opciones para ir hasta Iquitos, capital del departamento de Loreto, ciudad más próxima a las comunidades de la selva. Esta metrópoli, al igual que Leticia en Colombia y Manaos en Brasil, está asombrosamente más desarrollada que grandes ciudades con mayor densidad de población del Perú. En realidad sorprende por la lejanía y lo dificultoso de su acceso, pero el hecho de ser la puerta de entrada a la magnánima reserva acuífera y forestal, entre muchas otras riquezas, deja de sorprender. Iquitos y Leticia, además, tienen instalada una base naval estadounidense. De Manaos fue depuesta hace más de 10 años. Jo.
Por aire y agua son las únicas formas de llegar. Nuestro presupuesto hizo fácil la elección: fuimos en barco, claro, aunque de cualquier manera hubiese elegido ese transporte. Nunca me fié de los viajes en avión, la sensación de elipsis, la anulación de espacio-tiempo, descolocan a cualquier ser animado. El viaje en barco, asimismo, tiene dos opciones: viajar en bus 20 horas desde Lima hasta Pucallpa, una gris y fría ciudad-puerto, y desde allí navegar cinco días río arriba hasta Iquitos. O bien seguir por la costa hasta Trujillo, donde podríamos relajarnos en las calientes playas del Pacífico, y hacer conexión a Yurimaguas, la otra ciudad-puerto de la que parten naves a la selva que demoran cuatro días.
Si bien la diferencia en tiempo entre las dos rutas, a priori, es mínima, en aquel momento el servicio meteorológico vaticinó una gran tormenta en la cordillera que provocaría derrumbes y bloqueos en las carreteras. Enero y febrero son los meses favoritos para el encuentro entre el altiplano y la lluvia. Por ese motivo proliferó la idea de caminar Lima unos días más y luego ir a Trujillo a esperar que el tiempo abra el destino en forma de selva.
SÁBADO 21 de diciembre EN TIGRE
Hace 5 años